Bogotá D.C., 3 de abril de 2009. Lo que se haga para resolver el deterioro ambiental no se debe realizar aisladamente, es un problema que no tiene fronteras y es global.
Un ejemplo claro de la globalización de los impactos ambientales es lo que hoy vivimos: los cambios climáticos anormales, la lluvia ácida en algunas partes del planeta, la desmejora de la calidad del aire por la polución, la destrucción de la capa de ozono, la contaminación de las aguas y la pérdida de biodiversidad. Estas están evidenciadas en los diferentes estudios aportados por la NASA, las entidades ambientales europeas y nacionales.
Estos problemas empezaron a ser más notorios a partir de la segunda mitad del siglo XX, en el cual el avance tecnológico inició su auge continuo, y desde luego surgieron los cuestionamientos en torno al futuro de la humanidad.
En su escrito “El mundo ha llegado a sus limites” el eminente científico, Robert Goodland, parece enviar el mensaje, que sí se desea garantizar la sostenibilidad medioambiental deberían disminuirse las tasas de consumo de los países desarrollados, pues aduce que el 20% más rico del mundo consume el 70% de energía comercial del planeta, un derroche que se traduce en exceso de contaminación.
Así mismo, Goodland afirma que los países en desarrollo aportan altas tasas de crecimiento poblacional estimuladas por la pobreza. Por lo tanto, a los pobres se les debe prestar asistencia para garantizarles un aceptable estándar de vida. A propósito es otra situación crítica, ya que a mayor población, mayor demanda de recursos.
En la actualidad, el paradigma económico dominante prioriza el crecimiento, estimulado con la inversión, que se ve reflejado en el aumento del capital fijo y del empleo. Sin embargo, el progreso tecnológico recurre menos a la ocupación, mano de obra poco calificada que lamentablemente es la que mas abunda en los países en desarrollo.
La mayor parte de las economías dependen de fuentes de energía como la proporcionada por las hidroeléctricas, la energía nuclear y la de los combustibles fósiles caracterizadas en ciertos casos por ser altamente impactantes sobre los recursos naturales y la salud humana.
No obstante, si éstas tienden a ser controladas o a disminuir su uso intensivo trae dificultades a las economías desarrolladas y, aún más, a las economías menos poderosas. Las consecuencias de una explotación limitada de estas fuentes de energía ocasionarían un colapso económico, porque afectarían variables tales como la producción, la tasa de ganancia y la tasa de ocupación.
Estados Unidos no se ha comprometido totalmente a firmar el acuerdo del protocolo de Kyoto que pretende disminuir la emisión de gases de efecto invernadero por cuanto eso podría tener efectos en el crecimiento económico del mismo. Si bien existe una preocupación por el creciente deterioro ambiental global, todavía no hay un acuerdo común para atacar el problema de raíz. Por otra parte, la economía ambiental propone establecer tasas, impuestos, y multas. En el país están implementadas las tasas retributivas a través de las Corporaciones Autónomas Regionales, CAR, que contribuyen con el control de la contaminación reforzando el principio de quien contamina paga, lo que obliga a las empresas a implementar tecnologías de producción limpia o pagar.
Aunque, para algunos empresarios la imposición de impuestos o tasas desmotiva la inversión privada debido a la incidencia en los costos, normalmente los agentes económicos buscan minimizarlos para maximizar las ganancias.
La solución de la degradación ambiental esta en paños de agua tibia. En últimas, el remedio puede partir por el replanteamiento del modelo de desarrollo. Este es un compromiso que tiene que estar acompañado por una conciencia y voluntad mundial.
¿Será que sólo las catástrofes hacen reflexionar al hombre y son las que en última instancia nos obligarían a tomar decisiones globales alrededor de la sostenibilidad ambiental?
Esperemos que la naturaleza no nos tenga que dar una lección trágica.
LUZELENA RESTREPO BETANCUR
Senadora